mercredi 24 octobre 2007

Bienvenue à l'internat!


La palabra asusta, por ahí alguno la confundió con “convento”. Primer día, entro a una oficina donde hay una señora que me saluda muy amable, “Ah, l’assistante d’espagnol!”; y estirándome la mano: “Bonjour mademoiselle”. Abre una caja fuerte donde saca tres gigantes manojos de llaves y me dice que la siga, al menos eso pude entender porque salió de la oficina y se volteó para mirarme haciéndome una señal (con el francés aún llego tarde a todo…) Entramos y empezamos a recorrer los pasillos, luego se encuentra con una señora muy simpática, Madame Cristine, según lo que entiendo, es a quien debo acudir en caso de necesitar cualquier cosa. Madame Orduna empieza a abrir un montón de habitaciones, puede ser ésta, o ésa o esta otra, y le pregunta Madame Cristine. Luego se empeña en que la habitación esté al lado de la cocina, lo que me parece algo extraño… ¿por qué preferiría estar al lado de la cocina y no del baño? Ellas hablan y hablan y discuten y discuten cuál sería la mejor habitación para mí, y yo ahí, parada, intentando entender cuáles son los criterios de selección. En medio de todo Madame Orduna se da cuenta que una sola llave abre todas las puertas del internado! La de la entrada, las habitaciones, sala de juegos, informática, todo; horrorizada ante tal situación hace broma acerca de la inutilidad del gran manojo de llaves que traía; y yo, claro, por cortesía, me río. Pero hay una habitación que tiene una llave distinta (eso creía hasta que abrí la sala de la televisión con ella y otras cuántas puertas…) y que está frente al baño, la 15. Pienso: buen número, es casi 16 y suma 7, casi 7. Cerca de la cocina y con 3 camas, para esperar a la asistente de inglés, que al final nunca llegó. Tímidamente digo: “Je prefère la quinze”. Me mira extrañadísima, no comprende cómo prefiero estar más cerca del baño que de la cocina (¿acaso Ud. nunca va al baño en mitad de la noche?, menos mal que aún no podía decir eso en francés…)
Una vez dentro de la habitación, la empieza a vender; abre ventanas y habla sobre las ventajas de la luz. Me sugiere que con las dos camas desocupadas haga un canapé, (un tipo de sillón que se juntan, uno en posición vertical y otro horizontal). ¡Listo! ¡Otra cara extraña! Cuando le digo que está bien así para mí (¿para qué quiero un sillón en una habitación donde básicamente estoy yo conmigo y donde no recibiré visitas?) Luego nos vamos a su oficina donde en un gran cuaderno anota el código de las llaves: 86 y 96 y me las pasa como si tuviera una misión santa: que no se me pierdan. Me despido amablemente, agradeciendo la hospitalidad, y diciendo que todo está perfecto para mí y me voy de la oficina, deseando no tener que recurrir a ella para lo que sea. Por supuesto, en medio de toda la confusión ahora sé que la “clé” es la llave, en francés (pero obviamente que más tarde descubriría que también es el pendrive…nunca termino de sorprenderme).

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