jeudi 20 janvier 2011

Sobre la Pastora Marcela

Hay personajes que no dejan de llamar la atención. Está de más mencionar a Hamlet, Segismundo o a Don Quijote. Pero también los hay esos “anónimos” que casi pasan inadvertidamente, incluso como una narración intercalada. Es el caso de esta mujer, paradigma de una belleza femenina que encanta, que enamora, que hace sufrir y que se la encuentra en un paraje ideal de árboles, cerros y tranquilidad. Pero ¿qué hace una mujer así entre los rebaños? Autoexilio. Consciente del desastre que provoca su belleza en los hombres y su negación a aceptar cualquiera que se le acerque, abandona el mundo para entregarse a su soledad. Y en su deambular no puede evitar los encuentros con hombres, que, rendidos ante tal imagen la siguen y la pretenden. Porque es tan humano querer poseer la belleza… Es el caso de Grisóstomo, estudiante que proviene de una familia acomodada y que abandona su vida para entregarse al ideal de una vida bucólica sin grandes sobresaltos. Salvo uno, el encuentro con la belleza. Entonces este pobre joven ve a la pastora Marcela y no contento con admirarla, además la pretende. Pero como todos, recibe desdén, el que no soporta hasta el punto de quitarse la vida (a lo Werther…) Es en este momento, un día antes de su entierro cuando Don Quijote y Sancho Panza se enteran de esta historia por medio de unos cabreros. Ansiosos, van al lugar en donde Grisóstomo dejó dicho a su amigo Ambrosio que lo enterraran, al pie de la montaña donde vio por primera vez a aquella “enemiga mortal”, donde también por primera vez le declaró su pensamiento y donde, desengañado, puso fin a su “miserable vida”. Muy bien, una historia de amor no correspondido, como ésas que muchos hemos tenido pero que después y gracias a un poco de cordura o humor, podemos contar. Hasta aquí, Marcela es sin duda la mujer malvada, sin corazón, homicida y todo lo que se le quiera decir a alguien tan vil y despreciable. Pero no deja de sorprendernos cuando hace su aparición justo en el momento del entierro y en medio de los presentes explica sus razones y su vida. Primero, el cielo la hizo –“según vosotros decís”- hermosa, o sea, lo que le tocó no más. Segundo, y según su razonamiento: “mas no alcanzo que, por razón de ser amado, esté obligado lo que es amado por hermoso a amar a quien le ama”. Muy bien dicho, la reciprocidad en el amor no es una obligación. Incluso invierte la situación: “si como el cielo me hizo hermosa me hiciera fea, ¿fuera justo que me quejara de vosotros porque no me amábades?” Por supuesto que no, pues se ama lo bello (eso no lo digo yo). Tercero, “pues si la honestidad es una de las virtudes que al cuerpo y al alma más adornan y hermosean, ¿por qué la ha de perder la que es amada por hermosa, por corresponder a la intención de aquel que, por solo su gusto, con todas sus fuerzas e industrias procura que la pierda?” ¡Excelente! Y aquí viene el broche de oro: “Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos”. Y de aquí en adelante, una exquisitez tras otra, que no puedo dejar de citar sólo por el placer de la palabra: “Quéjese el engañado, desespérese aquel a quien le faltaron las prometidas esperanzas, confíense el que yo llamare, ufánese el que yo admitiere; pero no me llame cruel ni homicida aquel a quien yo no prometo, engaño, llamo ni admito”. ¿Escucharon? “(…) y entiéndese de aquí adelante que si alguno por mí muriere, no muere de celoso ni desdichado, porque quien a nadie quiere a ninguno debe dar celos, que los desengaños no se han de tomar en cuenta de desdenes”. Y la maestra continúa: “el que me llama fiera y basilisco déjeme como cosa perjudicial y mala; el que me llama ingrata no me sirva; el que desconocida, no me conozca; quien cruel, no me siga; que esta fiera, este basilisco, esta ingrata, esta cruel y esta desconocida ni los buscará, servirá, conocerá ni seguirá en ninguna manera”. Y todo esto porque “tengo riquezas propias, y no codicio las ajenas; tengo libre condición, y no gusto de sujetarme; ni quiero ni aborrezco a nadie; no engaño a éste ni solicito aquél; ni burlo con uno ni me entretengo con el otro”. Y en diciendo esto se fue por lo más cerrado de un monte que allí estaba cerca, sin oír respuesta alguna.

Finalmente, ¿qué mató a Grisóstomo? Su impaciencia y arrojado deseo.

¿Una historia de amor? Más bien, una historia sobre la belleza.

1 commentaire:

Equis Ese a dit…

Una apología de la libertad de elección, tanto racional como emotiva. Por sobre todas las cosas un encomio del libre arbitrio, de la subjetividad de la belleza y del amor.