vendredi 9 novembre 2007

Les Vacances. Chapitre I: Le chemin à Dax




Amablemente, (en negrita, en cursiva, con mayúscula y subrayado), Miren me ofreció llevarme desde Dax hasta Irún, para irme luego a Barcelona y desde allí a Olot. A las 13:00 quedamos en el Lycée da Borda, en donde es asistente. Aunque ya había estado en Dax, nunca había tomado (y no “cogido” –aún-) micros. Salida de la gare, obviamente le pregunto a alguien, un taxista me dice dónde está la parada. Llego allí pero me doy cuenta que no sabía hacia qué dirección seguir (qué raro). Algunos saben de mi problema con los puntos cardinales, la cordillera, el mar… y de las humillaciones que he pasado por mi sentido espacial poco desarrollado –o nulo. Pues bien, allí estaba yo como una hormiga cuando le pones el dedo interrumpiendo su camino y empieza a dar vueltas sin sentido… y más encima con la maleta. Punto crítico: “estoy en Dax, debo llegar en menos de una hora y no sé cómo mierda tomar el bus –que eran dos por lo demás. Más tarde descubriría que ese estado de confusión es el bautizo que recibo de cada ciudad al arribar. Entonces, pregunto de nuevo. Tenía una meta clara: no dejo a ese señor de chaleco café hasta que sepa hacia dónde tengo que ir. Obviamente y como era de esperarse, la parada estaba en mis narices. Los horarios de los buses suelen ser fiables por estas tierras, y a mi favor, faltaban tres minutos. Y luego me acercaba a los 10 minutos de espera y empecé a desconfiar. Claro, ahora que necesito no llega, y el típico chileno que sale en estas situaciones franceses culiaos, pa’ qué ponen estos horarios si nadie los pesca. Entonces dije ya Mara, recuerda que debes ser más optimista, ¿por qué la micro dejaría de pasar justo ahora? Y en eso llega y la conductora –una mujer grande, gorda- me dice que no me puedo subir con la maleta. Ya está, para qué tanto optimismo… Y entonces coge (perdón, pero es inevitable abandonar el “toma”, que es tan feble) un intercomunicador espacial y pide un bus para mí! “Il y a une passagère pour toi”. Merci beaucoup! Y en medio de mi incredulidad y escepticismo llega un bus que me viene a buscar, a estas alturas a rescatar! Me subo y a quién veo, una chilena asistente! Todo hubiese sido más agradable y menos tenso si no hubiera tenido problemas con mi memoria… En medio de besos y las preguntas pertinentes qué tal el colegio, los alumnos, dónde alojas, cuánto pagas, qué bien, yo no me aclaraba, y quién es, cómo se llama parece que nos vinimos juntas en el vuelo a Bordeaux. Y bien, nos bajamos y le pido el mail y con cara extrañadísima “pero si ya lo tienes, acuérdate que en Chile…” y un pero igual seco para descubrir la identidad del personaje (es decir, el nombre) se sale y cuando anoto horiaguirre… lo recuerdo! Pero claro! Nos habíamos escrito dos correos y la vi una vez en mi vida en la reunión de asistentes! Cómo no recordarlo… Luego el bus que debía tomar pasaba a las 13:30, filo, tomo taxi. Pero la gran Hori (que ése es su nombre) me sugiere otra línea. Chao, que te vaya bien. Le pregunto al chofer dónde me dejará y hacia dónde caminar. Bueno, on y va! Iba sola y era como que había empezado el recorrido por – y para- mí. Me sentía como en Chile, cuando te vas conversando con el chofer y te enteras de toda su familia y los rigores del trabajo. ¡Qué ganas de estar al lado de él haciendo preguntas! Pero me acordé de la politesse[1] de los franceses y bueno, podría ser mal visto. Me bajo por delante –eso sí no lo resistí- con su permiso y le agradezco tantas indicaciones; ah! Aprovecho para ensayar otra frase amable que aprendí en una tienda de tabacs: bonne après midi! Parece que no es sólo buenos días o buenas noches, sino que también la buena educación los hace desearse algo así como un buen medio día! Y yo también ahora lo estaba diciendo, así que no se extrañen que llegue a Chile más amable que lo normal y ansiosa por una conversación de mediodía que me permita terminarla con un “bonne après midi!”

[1] Traducción para los que aún no han sido víctimas: cuatiquería, “buena educación”, amabilidad o caritas para enfrentarse a los extraños debido a un ego gigante que los acosa.

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